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martes, 29 de octubre de 2013

Menos mal, sigue siendo gratis soñar.

A veces me pongo a escribir y me pregunto qué coño hago. Si siempre escribo a cosas que ya no están o cosas que nunca han estado. Porque tenemos la manía de andar siempre esperando algo sin darnos cuenta de que entre todo nuestro desorden interno igual hay algo que se le aproxima. (O lo supera.)
No sé si me entendéis, y ese es mi gran problema. Que ni siquiera sé si alguien me lee, e igual estoy aquí haciendo el gilipollas intentando hacer ver la mierda o la alegría que va pasando por mi vida.
Porque sé que me invento momentos e incluso me invento razones por las que arriesgar. ¿Arriesgar por qué? Joder, que parezco tonta. Que a veces no hay nada por lo que arriesgar, porque los motivos y las palabras también caducan. Y eso es de lo que no nos damos cuenta. De que una simple frase no dura para siempre. Pero somos como kamikazes y siempre nos chocamos con lo mismo. Porque nos agarramos a algo que ni siquiera sabemos si es real, o nuestra manía de recordar las cosas como queremos lo ha cambiado un poco. Y aunque tú lo recuerdes nadie te garantiza que la otra persona sepa siquiera lo que sintió en ese tiempo en el que lo que le pareció una tontería a ti te jodió cambió la vida.




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Es como si llegaras al mundo con una caja de lápices. Tu caja puede ser de 8 ó de 16, pero lo que importa es lo que haces con los colores que te dan. No debe importar si coloreas fuera o dentro de las líneas. Yo coloreo fuera de la página, que no me limiten.